Agroquímicos vs Agrotóxicos: la grieta que se abre cada vez más

Muchas voces y opiniones al respecto en el mundo agropecuario y en la sociedad en general. Por ende cabe preguntarse ¿Cómo es la forma correcta de referirse a los insumos agrícolas?

Para la Argentina, la Revolución Verde en la década de los ´60 significó la puerta de entrada a la era del conocimiento en la producción agrícola.

A raíz del mejoramiento genético de trigo creado por científicos prestigiosos de esa época, permitió que en la campaña fina de 1972/73, se lanzara el primer cultivar con condiciones de enanismo, de alto rendimiento, con resistencia al vuelco y con respuesta a la fertilización.

Este salto productivo no sólo alcanzó al trigo, sino también al maíz y la soja, motivo por el cual años más tarde estalló el boom de la soja, que involucraba la siembra directa de la mano de un paquete tecnológico.

Desde el inicio de la agricultura los suelos nacionales fueron deteriorándose notablemente, perdiendo un gran porcentaje de materia orgánica, por lo que en su momento, esta era la mejor herramienta que permitía producir pero a la vez conservar los suelos nacionales.

Además, este sistema de producción permitió lograr la mayor eficiencia en el uso del agua– el factor más limitante en nuestra agricultura de secano-.

Frente a este escenario, tanto empresas nacionales como internacionales comenzaron a generar nuevas tecnologías para proteger y mejorar los rendimientos de los cultivos, dando lugar a un abanico gigante de productos fitosanitarios.

Agroquímicos vs Agrotóxicos

Hoy en día, es muy común dentro de la jerga de los ambientalistas escuchar palabras como “agrotóxicos” o frases como “fumigación aérea, fumigación en escuelas rurales con agrotóxicos” y similares.

Si ponemos atención en la palabra “agrotóxico”, la misma carece de un significado científico. Esta palabra es incorrecta según los profesionales del rubro, quienes aseguran que existe una denominación subjetiva y que no hace referencia a un concepto académico ni científico. Basta sólo con buscar agrotóxico en la Real Academia Española para darse cuenta de la carencia de sustento científico.

Tal es así, que hace un par de años el INTA prohibió el uso de la palabra “agrotóxico” en sus materiales institucionales y lo difundió a la sociedad a través de una orden interna firmada por el ingeniero agrónomo Hernán J. Trebino.

“Estimados Directores: En las comunicaciones de los profesionales, así como en los materiales impresos, virtuales, o en cualquier otro tipo de comunicación institucional correspondiente al INTA o a alguna de sus unidades, Programas, Proyectos, o instrumentos de intervención, cualquiera sea su categoría, deberá practicarse una abstención irrestricta del empleo del término “agrotóxico”. Se debe emplear “productos fitosanitarios” o “agroquímicos” en vez de “agrotóxicos” o cualquier otra referencia que implique un posicionamiento sobre estos productos que no se corresponde con decisión institucional alguna”.

Lo mismo sucede cuando la sociedad y los ambientalistas se refieren a “fumigaron escuelas rurales”. Nuevamente, este concepto es erróneo, ya que fumigar consiste en la utilización de polvos en suspensión, vapores, gases o humo. Lo correcto sería hablar de “pulverizaciones” ya que las pulverizadoras por una bomba, “obliga al caldo de aspersión a salir a través de las boquillas, dividiendo en gotas de diámetro variable y dispersandolas sobre el terreno o cultivos”.

Si evaluamos la postura de la sociedad en conjunto, la primera conclusión a la que llegamos, es que los que promueven su empleo los llaman fitosanitarios; los que tratan de tener una postura hipotéticamente neutra, agroquímicos y los que luchan contra su uso, agrotóxicos.

“Aparecieron como armas en la primera guerra mundial, pero sus efectos sobre los seres humanos son tan devastadores e inhumanos que decretaron que no podían usarse ni siquiera en éste, el más insensato de los escenarios sociales”, son algunos de los relatos que se encuentran en internet.

Guste o no, científicamente no existe suficiente evidencia para concluir que los daños sobre la salud adjudicados a estos productos sean ciertos. Lo que sí se puede poner en común, es el riesgo que trae debido al mal uso del producto, es decir, incorrectos métodos de aplicación, no respetar dosis, mezclar productos con diferentes principios activos, falta de profesionalidad al aplicar, etc. De todas formas, la práctica no parece ser lo más cuestionado sino el producto en sí mismo.

Una alternativa para unir la grieta: la producción sustentable

Con el correr de los años, la dependencia de los plaguicidas se fue incrementando con la expansión de los monocultivos y lo que parecía ser en un momento “la salvación”, está trayendo problemas ambientales que merecen su atención.

La producción sustentable cobró notoriedad en este marco a partir de la necesidad de fomentar el uso eficiente de los recursos, disminuir el impacto ambiental y bajar los costos de producción.

Es un progreso continuo que impacta en la economía, en el ambiente y en lo social. Genera rentabilidad junto a una mejora en la calidad de vida humana, sin exceder la capacidad de los ecosistemas en los cuáles se desarrolla, reemplazando el uso de productos de síntesis química por productos naturales, ecológicos y biodegradables.

Para concluir, el mensaje final de esta nota es la importancia que tienen nuestras palabras y como personas que poseemos el principal derecho que es la libertad de expresión, la responsabilidad que tenemos es muy grande. Conocer el significado de las palabras cuando nos expresamos es elemental, ya que si no fuera por esto diríamos un mensaje que no se desea decir o no tiene sentido absoluto y el proceso de la comunicación sería incorrecto.

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